Tal vez soñar...

Todo es prisión alrededor del corazón porque sentimos el fulgor aciago de la soledad recurrente. Por eso estamos postrados ante la muerte venidera y suspiramos indolentemente cuando notamos su presencia.

Como un loco impenitente que abraza un cielo escarchado de ilusiones; como un irresponsable redentor de almas cansadas de bregar por horizontes que se difuminan más allá de la desdicha; como un lejano atardecer otoñal que acompaña con suave nostalgia los primeros pasos de un amor en ciernes, así tengo la memoria finita del amor, así tengo el anhelo de una vida por vivir, así tengo la resonancia de unos besos en la boca del destino, así tengo el mundo dentro de mis labios inflamados de locura. Locura por quererte de costado a costado hasta destrozarte en mil pedazos, bellísimos y desolados por tanto amor contenido.

Quise beberme ese agua que bajaba del manantial. Agua que corría libre sin ceñirse a su caudal. Salvaje buscando su rio, ansiando llegar a su mar, arrasando todo en su huída, mojando todo al pasar. Agua que calma a sedientos. Agua que sacia tu sed. Agua que empapa tu alma. Agua que has de beber. Cuándo ebrio de ese agua llegues el sentido a perder, porque es agua que envenena, porque es agua como hiel, te quema, te abrasa, te araña te hace jirones la piel, deshazte de ella al momento y déjala… Déjala correr.