SERPIENTES
Aún no me he recuperado,
quizás sea mi fortaleza, a la cual todavía me siento ajena. ¿Cómo puede un ser
humano ser más fuerte de lo que realmente la naturaleza le ha dotado? No lo sé.
Es posible que algún día consiga descifrar este misterio. Me miro y cada vez lo
comprendo menos.
¡Ay, cuanta serpiente nos
acecha en el camino! Culebrea, se para y vuelve a zigzaguear, esperando el
instante adecuado para asaltarnos e inocular su veneno en nuestro alma.
Creo que estoy desvariando.
Me duele la cabeza. Será de tanto pensar, de tanto reflexionar…
Ahí está otra vez la
serpiente. Ha encontrado nueva presa. Y pensar que a Cleopatra la mató una
similar. ¿Un áspid o una cobra? Qué más da, a fin de cuentas ya está muerta.
Siempre me he preguntado qué pasaría con el ofidio después ¿moriría también?
Debería…
Principios, moral, ética…
¿por qué las víboras no tienen principios?
No pienso en los reptiles, por supuesto ¿o sí? Realmente me importa
poco, cada vez encuentro menos diferencias entre esas sierpes de aspecto majestuoso
y a la vez rastrero, y las respetables víboras bípedas que clavan su veneno sin
necesidad de morder, en la distancia.
Viene hacia mí. Debo echar a
correr. Creo que mejor me quedaré quieta, total estoy acostumbrada a lidiar con
estas especies.
Cielos de nubes inmensas de
borrascas, gigantescas, regias como castillos. ¿Habrá anacondas en las nubes?
Pudiera ser. Si las nubes se forman de agua evaporada de los mares y ríos…
¿Quién me asegura a mí que en Brasil no pueden llover esas bestias del cielo?
Pensándolo mejor, creo que esas bestias pueden llover en cualquier parte, al
menos tienen plagado el planeta. No solo en Brasil, o en India, o en
California.
Aquí, aquí, al ladito mío.
No hablo de esa bicha que acaba de pasar de largo zigzagueando, rozándome los
pies. Animalito. Hablo de esa que murmura a mis espaldas mientras me sonríe
cuando estoy a su lado. O esa otra que me jura amistad eterna y no descuelga el
teléfono cuándo la llamo. O tal vez aquella, a la que un día ofrecí dinero
porque no tenía ni para comer y luego supe que organizó una gran fiesta para
sus amigos.
Odio a esos reptiles, babosos y arrastrados, que
mudan la piel cuándo ya no les sirve para nada.
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