INTROSPECCION


No te conozco.

Por un tiempo pensé que tú para mí no guardabas misterios.
Ahora no sé quién eres.
Tal vez nunca existieras.
Acaso una simple alucinación de mi mente.
Dime tu nombre, porque tienes un nombre ¿verdad?

No es la distancia, ni el tiempo, lo que se interpone entre nosotros.
No es hombre el que calla cuándo las palabras carecen de sentido.
No son ojos los que miran al no ver lo evidente.
Es la oquedad del sentimiento cuándo la razón ajena a su propia naturaleza busca en vano sentido a la conmoción.

¿Sueños? ¿Evocaciones? ¿Palabras pronunciadas desde un perdido nirvana?

No puedo verte, no quiero.

Es la brutalidad de tu indiferencia lo que me obliga a huir. Tu displicencia.
Lejos.
Un eco susurra en mi memoria. Resonante e iterativo. Flagelándome al compás de tu recuerdo. Mortificándome en la más cruel renuncia.
Es el holocausto terrenal.
No debo inmolarme en un verbo sin sentido.
Es el origen del hombre, su propio génesis. La supervivencia de la especie.
¿Qué especie? ¿Tú y yo somos de la misma naturaleza?

Dudo.

Eres materia, la antimateria.
Yo soy alma. Más mi espíritu hoy deambula cual espectro, vaga entre las sombras buscando su luz. Tropieza una y mil veces en esa oscuridad aterradora, eterna.

Perece.

Un abismo se abre entre nosotros, tan oscuro como el más profundo de tus temores, el más íntimo de tus odios.
La sima se engrandece.
Amenazados por esa opacidad que desprende escapamos.
Ajenos a la confusión que el vacio provoca gritamos en afónicos chillidos.

Mudos lamentos.

¿Cuál era el secreto que en vano trataste de ocultar?
¿Qué misteriosa remembranza envolvías en los pliegues de tu impenetrable sonrisa?
Días en vela custodiando tu mirada, noches de acecho para descifrar tus sueños.

Y al final, nada.
La nada más absoluta.
La más cruel, devastadora e insaciable nada.
Ese espacio y tiempo que disipa cualquier sensación. Esa aberración que aniquila cualquier forma de existencia.
Leviatán acechando su presa.

Palidezco.

Enmudeces.

Llegó la hora de la cuenta atrás.
Te disipas.
Me evaporo.
Nubes tóxicas en gases nos convertimos. Efluvios que al cielo ascienden.
Etéreos.
Ánimas en pena precediendo a la Santa Compaña.
Es ahora cuando el orbe desaparece, ese mundo irreflexivo se extingue para resurgir nuevamente.
Agonizante fenece.

Nada.

Tú y yo no estamos aquí.
Desligados de sutiles ataduras que encadenaban dos universos tan diferentes, renunciamos.

Quimeras.

Ni un adiós, siquiera.

Ausentes.

Nada.

Comentarios

  1. Un poema desgarradoramente profundo.Cuanta hondura de sentimientos,Nieves.Gracias.JOSE.

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